viernes, 1 de junio de 2012

CAPERUCITA ROJA


Había una vez una niña muy bonita. Su madre le había hecho una capa roja y la muchachita la llevaba tan a menudo que todo el mundo la llamaba Caperucita Roja.
    Un día, su madre le pidió que llevase unos pasteles a su abuela que vivía al otro lado del bosque, recomendándole que no se entretuviese por el camino, pues cruzar el bosque era muy peligroso, ya que siempre andaba acechando por allí el lobo.
    Caperucita Roja recogió la cesta con los pasteles y se puso en camino. La niña tenía que atravesar el bosque para llegar a casa de la Abuelita, pero no le daba miedo porque allí siempre se encontraba con muchos amigos: los pájaros, las ardillas...
    De repente vio al lobo, que era enorme, delante de ella.
- ¿A dónde vas, niña?- le preguntó el lobo con su voz ronca.
- A casa de mi Abuelita- le dijo Caperucita.
- No está lejos- pensó el lobo para sí, dándose media vuelta.
    Caperucita puso su cesta en la hierba y se entretuvo cogiendo flores: - El lobo se ha ido -pensó-, no tengo nada que temer. La abuela se pondrá muy contenta cuando le lleve un hermoso ramo de flores además de los pasteles.
    Mientras tanto, el lobo se fue a casa de la Abuelita, llamó suavemente a la puerta y la anciana le abrió pensando que era Caperucita. Un cazador que pasaba por allí había observado la llegada del lobo.
    El lobo devoró a la Abuelita y se puso el gorro rosa de la desdichada, se metió en la cama y cerró los ojos. No tuvo que esperar mucho, pues Caperucita Roja llegó enseguida, toda contenta.
    La niña se acercó a la cama y vio que su abuela estaba muy cambiada.
- Abuelita, abuelita, ¡qué ojos más grandes tienes!
- Son para verte mejor- dijo el lobo tratando de imitar la voz de la abuela.
- Abuelita, abuelita, ¡qué orejas más grandes tienes!
- Son para oírte mejor- siguió diciendo el lobo.
- Abuelita, abuelita, ¡qué dientes más grandes tienes!
- Son para...¡comerte mejoooor!- y diciendo esto, el lobo malvado se abalanzó sobre la niñita y la devoró, lo mismo que había hecho con la abuelita.
    Mientras tanto, el cazador se había quedado preocupado y creyendo adivinar las malas intenciones del lobo, decidió echar un vistazo a ver si todo iba bien en la casa de la Abuelita. Pidió ayuda a un segador y los dos juntos llegaron al lugar. Vieron la puerta de la casa abierta y al lobo tumbado en la cama, dormido de tan harto que estaba.
    El cazador sacó su cuchillo y rajó el vientre del lobo. La Abuelita y Caperucita estaban allí, ¡vivas!.
    Para castigar al lobo malo, el cazador le llenó el vientre de piedras y luego lo volvió a cerrar. Cuando el lobo despertó de su pesado sueño, sintió muchísima sed y se dirigió a un estanque próximo para beber. Como las piedras pesaban mucho, cayó en el estanque de cabeza y se ahogó.     
    En cuanto a Caperucita y su abuela, no sufrieron más que un gran susto, pero Caperucita Roja había aprendido la lección. Prometió a su Abuelita no hablar con ningún desconocido que se encontrara en el camino. De ahora en adelante, seguiría las juiciosas recomendaciones de su Abuelita y de su Mamá.


LA FÁBRICA DE NUBES

El próximo cuento es un libro mudo "la fábrica de nubes" de Arianne Faber por lo que os dejo el link para que podáis ver las imágenes.

EL VIENTO QUE MOLESTABA A LOS ÁRBOLES


Erase una vez un pequeño bosque formado por cientos de árboles pequeñitos que crecían todos juntos. Habían sido plantados por un anciano labrador.
En esa zona del monte soplaba mucho viento y eso molestaba enormemente a los árboles. Éstos se inclinaban para evitar las embestidas del fastidioso viento.
El anciano no quería que los árboles se inclinaran y les ponía estacas para que crecieran rectos. Sabía que esto molestaba a los árboles pero también sabía que era necesario para que crecieran sanos y fuertes.
Sin embargo, un día el anciano murió. Los árboles por fin se sintieron libres de crecer a su manera y empezaron a inclinarse y a torcerse para minimizar las molestias del viento.
Sin embargo, en el centro del bosque crecía un árbol que se esforzaba en crecer recto. Sabía que esto era bueno para su salud aunque tuviera que aguantar al impertinente viento.
Pasaron los años y el bosque siguió creciendo. Sin embargo, sus árboles no aguantaban dicho crecimiento pues estaban tan torcidos que cualquier incremento de volumen hacía que crujiesen por dentro, provocándoles mucho más dolor y molestias que el viento.
Todas las noches se escuchaban los crujidos de los árboles torcidos. Tal era el sonido de los crujidos que muchos habitantes del lugar conocían a esa zona del monte con el nombre del "bosque de los lamentos".
Sin embargo, el árbol del centro siguió haciéndose cada vez más fuerte y esbelto. El viento ya no le molestaba tanto.